martes, 22 de julio de 2008

Violeta Argentina.





Las ruedas del carrito pegan saltos en la vereda destrozada, y el temblor que produce te adormece las manos. Todo esta en silencio en Libertador, solamente se escucha el zumbido de los autos cuando cambia el semaforo, y a lo lejos.
Casi la 1 de la madrugada, el rocio humedo de la noche ya se desperto, hay olor a pasto, y a jacaranda en la primavera que nace.
El edificio de la Embajada es imponente, sus jardines celosamente cuidados y prolijos descansan custodiados.
Llegamos cansados, y en el camino oí atenta hablar de Violeta, como si fuera un cuento.
En las majestuosas escaleras de peldaños gastados, que subimos con el carrito al hombro, efectivamente se sienta Violeta a mirar pasar la vida desde su Castillo.
Te recibe con los brazos extendidos y la sonrisa fresca, contenta.
Es una mujer pequeña, coqueta, y amable. Usa un tapado azul perfectamente abotonado, una camisa con cuello y volados de encaje, un pañuelo atado al cuello, y el pelo gris y escaso sujetado con hebillas deja ver sus ojos brillantes y negros, su piel arrugada pero suave.
Violeta Argentina resulta ser su nombre, el que le dio su madre cuando nacio. Todo a su alrededor parece coronarla Reina y Señora del lugar, habla con sus gatos, y cuida los cachorros recien nacidos, que nos espian con ojos amarillos desde la enredadera tupida.
Pregunta Violeta, como estuvo tu semana? Es su horario de visitas y oficia el papel de anfitriona de tal manera que uno se quedaria horas sentado a su lado, en la comodidad y el agrado de su compañia. Ella tiene privilegios, los guardias le permiten habitar las escaleras, y solo con su permiso podemos estar ahi. Parece parte del ritual de su vida, ordenada en horarios de descanso, de paseo por el hospital, de regreso al Palacio.
Nadie puede hacerle mas daño, se siente a gusto, y agradece las visitas.
Es la hora de partir, y se te vienen de golpe muchas ganas de abrazarla, como necesitando su abrazo calido, como queriendo que te cuide, como el abrazo de una madre, de una abuela. Violeta, adivinando lo que pasa por tu cabeza, una vez mas y las veces que sea necesario extiende sus brazos y despliega su sonrisa. Al oido te dice con su voz suavecita y dulce: "Que descanses chiquita, vayan a dormir que es tarde, los espero la semana que viene." Obedientes y en silencio, carrito al hombro una vez mas, volvemos a casa, y en el camino el primer dia que conoci a Violeta, el nudo en la garganta no me permitio hablar.