jueves, 8 de enero de 2009

Agua










Hace pocos dias, con mas exactitud el 2 de enero, tuve la oportunidad de viajar de nuevo a Puerto Piramides, de paseo por la provincia donde naci, en mis cortas pero valiosas vacaciones.
El sol acompaño el vaje desde temprano, el viento nos dio tregua, y se quedo quieto mirandonos pasar.
En el camino redescubri el verdadero celeste, el del cielo de la Patagonia. Las nubes desafian las formas, juegan a merced del aire, al aire huele a mar.
Llegando al itsmo, se deja ver, primero de un lado, despues del otro, el azul intenso del Oceano Atlantico.
La fauna patagonica se pasea esporadica y tímida a los costados del camino.
Desde el mirador en la entrada se ve la playa y sus miles de visitantes como hormigas en la arena, a mi entender opacando un tanto el paisaje, pero inevitable debido a la fecha del año.
Por fin, los pies tocan la arena caliente, fina y clara. La piel se deja dorar por la intensa luz del sol, hay musica en el ambiente, y un profundo estado de relajacion se apodera de mi cuerpo. Nada puede interrumpir ese momento de conexion con el mundo, y con uno mismo.
Cuando el calor se vuelve agobiante, llega el contacto con el agua trasparente y limpia. No hay olas, es un paraiso de quietud azul, fresco y reconfortante que deja ver todo lo que se encuntra por debajo: algas, arena, peces, y tus propios pies, inclusive a varios metros de profundidad.
Lejos de la costa, bien adentro del mar, lo que ven mis ojos no tiene explicacion posible. Las rocas ancestrales del golfo rodean al mar, muestran los dibujos del paso del tiempo, cicatrices de siglos de historia. No hay mas ruido que el de la naturaleza ahi presente: el mar, el viento, los pajaros y la propia respiracion; un sol radiante que traspasa el agua, nubes que decoran con su blanco impecable al celeste cielo, y un mar que no tiene fin.
El tiempo se detiene por completo, los minutos son eternos en silencio.